Una de los aspectos de las culturas primitivas que más ha llamado la atención de arqueólogos y aficionados a la arqueología es el de la arquitectura monumental. Cuántos monumentos, ya sean templos como el Zigurat de Ur, tumbas como las pirámides egipcias de Guiza o lugares ceremoniales como Stonehenge, han sido reinterpretados por nosotros a modo de símbolo o emblema de las culturas que los erigieron. Por un lado estos edificios son sobresalientes precisamente en el sentido más literal de la palabra, puesto que frente a las más deleznables arquitecturas domésticas e industriales es este tipo de arquitectura, una que podría decirse “no estrictamente funcional”, la que recibió una mayor inversión ya fuera en forma de materiales más consistentes e imperecederos o en forma de mayores acumulaciones de los mismos. Por otro lado también debe destacarse su imponencia en el campo simbólico, pues no hay más que tratar de ponerse en contexto y aventurar qué habrían pensado los sumerios, egipcios o campesinos del Bronce de Wessex, cuya vida giraba en torno a una cabaña de ramaje o una caseta de adobe, al ver, día sí día también, estas colosales obras erguidas siempre sobre el horizonte.
Edificaciones de grandes dimensiones y escasamente prácticas –al menos en el plano material- se conocen en culturas de todo el globo, pues fueron construidas con vocación de permanencia y muchas de ellas todavía permanecen. Su estudio nos permite hoy a los arqueólogos indagar en cuestiones diversas como su funcionalidad, la capacidad de organización de personas y materiales de aquéllos quienes los construyeron, o las cuestiones simbólicas que a partir de sus elementos materiales se quiso, en su momento, transmitir. Algunas fueron utilizadas como centros religiosos, otras como espacios de agregación social y otras como tumbas colectivas. Un caso de estudio que, se cree, aunó estas tres actividades es el del megalitismo europeo, el cual voy a utilizar como hilo conductor para tratar de ilustrar todas estas cuestiones.

Interior de la cámara de el dolmen de El Moreco (Huidobro, Burgos)
1. El megalitismo en los tiempos antiguos y en la cultura popular
Hoy sabemos sin lugar a dudas que la mayor parte de los monumentos megalíticos europeos son construcciones prehistóricas neolíticas y de comienzos de la Edad de los Metales (V a II milenios a.C.) presentes en toda la fachada atlántica las cuales 1) acogieron enterramientos colectivos, 2) transmitieron mediante distintos motivos artísticos enigmáticas representaciones mitológicas y 3) muy probablemente acogieran ceremonias en las que las élites habrían exhibido artefactos y vestimentas de prestigio. No obstante esto son certezas a las que se ha llegado tras siglos de investigación científica, pero el interés por los megalitos es muy anterior.

Distribución del megalitismo europeo (imagen modificada a partir de original de Jarke)
Dado que la naturaleza monumental de estos elementos les otorga una perenne visibilidad, han formado inevitablemente parte del paisaje desde el mismo momento en que fueron edificados. Ya en los momentos prehistóricos posteriores a su construcción –Edad del Bronce, Edad del Hierro- dichos monumentos fueron frecuentados –lo sabemos por la presencia de cerámicas y otros materiales de estas épocas- debido a motivos que por el momento desconocemos ¿Curiosidad? ¿Investigación? ¿Devoción? El por qué es algo todavía desconocido.
Lo que sí que sabemos con bastante seguridad es que visitas relativas a esta última actividad, con fines religiosos, se dieron durante la tardoantigüedad y la Alta Edad Media. Ya el Concilio de Arlés (452 d.C.) se condenaron severamente los llamados “cultos litolátricos” –de adoración a las piedras- y con posterioridad fue en el Concilio de Nantes (668 d.C.) cuando se recomendó el derribo de las “piedras de los bosques”. En esta línea sabemos se pronunciaron asimismo San Martín de Braga (510-580 d.C.) y Chilperico de Neustria (539-548 d.C.). Existen muchos claroscuros sobre el tipo concreto de rituales paganos que habrían tenido lugar en los viejos megalitos, pero hubo casos en los que, probablemente debido a la importancia que hubieran tenido para sus adoradores, la Iglesia desistió de su destrucción y supo incorporarlos a su sistema. Ejemplos magníficos de ello son la Iglesia de Santa Cruz (Cangas de Onís, Asturias) o la Iglesia de Pavía (Mora, Portugal).

Anta de Pavía (Mora, Portugal), reconvertida en iglesia
Ya totalmente desprovistos de ese halo mitológico los megalitos se mantuvieron como elementos culturales del paisaje al que había que dar una explicación. Abundaron leyendas de todo tipo, pero generalmente contaban con un denominador común: los megalitos los construyeron gentes distintas. En toda Europa se ha hablado de casas o instrumentos de gigantes, hadas y otros poderosos personajes mitológicos –como el forzudo Sansón- pero en otras ocasiones el responsable de la autoría específica tenía relación con la historia local de cada lugar. Así, es famosa la historia recogida en Historia Regnum Britanniae (1136) en la que Geoffrey de Monmouth relaciona la erección de Stonehenge con el ciclo artúrico y, para el caso de la península Ibérica, hay que decir que abundan las referencias –todavía hoy presentes en la toponimia- a moros. Eventos más próximos en el tiempo también se han asociado a los megalitos, cabiendo destacar entre ellos adscripciones variopintas como por ejemplo “La tumba del general carlista” (San Mateu de Bages, Barcelona) o más corrientes como “La peña de la abuela” (Ambrona, Soria) o “La buena moza” (Avellanosa del Páramo, Burgos).

Un uso más mundano de un megalito: a modo de corral. Dolmen del Sahelices (Villar de Peralonso), fotografía de C. Morán, Reseña histórico-artística de la provincia de Salamanca (1946)
2. Primeras investigaciones en torno al megalitismo
Fue en el s. XVIII cuando se abordó la cuestión de los megalitos desde una perspectiva ya (proto)arqueológica, esto es con criterios científicos fundados en la búsqueda de pruebas materiales a favor de una u otra interpretación. Hay que decir que esas recurrentes visitas sufridas por los dólmenes tanto en la prehistoria como en momentos posteriores dejaron, lógicamente, su huella en forma de restos materiales. Por tanto, debe reconocerse la dificultad esta tarea y tenerse en cuenta las limitaciones técnicas del momento, una época en la que, para más inri, el conocimiento sobre las culturas prehistóricas europeas todavía era bastante fragmentario.

Grabado de Johan Picard (1660) representando a gigantes construyendo un dolmen
El arranque de este proceder fue, que sepamos, la excavación del dolmen de Cocherel (Normandía, Francia) por parte del benedictino Bernard de Montfaucon en 1685. A esta excavación le siguieron otras y, poco a poco, fueron formándose los primeros corpus como fueron Recueil d’Antiquites Greques, Romaines et Gauloises (1776) del conde de Caylus, Cyclops Christianus (1849) de Algenon Herbert o Rude Stone Monuments in All Countries (1872) de James Fergusson. También comenzaron las reuniones de expertos al respecto, como fue el Congrés International d’Antropologie et d’Archéologie Préhistoriques de París (1867) el cual acogió una sesión específica sobre este particular. España se incorporó un poco tarde a esta oleada pero no debe dejarse de destacar el Arquitectura Tartesia (1905) de Manuel Gómez-Moreno.
En estas publicaciones y encuentros se cruzaron distintas propuestas que adscribían los megalitos a un desconocido pueblo prehistórico, a los celtas de la Edad del Hierro e incluso a época romana y altomedieval pero, en todo caso, a fines del s. XIX se alcanzó finalmente un consenso en que los megalitos fueron erigidos en época prehistórica. Lamentablemente el consenso científico no basta por sí solo para transmitir el conocimiento pues debe destacarse el éxito a nivel popular de esa vinculación celtas-megalitismo, la cual tiene su máxima expresión en los rituales “druídicos” anualmente celebrados en el monumento claramente pre-céltico de Stonehenge.

Festival «neodruídico» que todos los solsticios de verano se celebra en Stonehenge
3. El megalitismo según la arqueología moderna
Una vez reconocida la prehistoricidad del megalitismo europeo el debate se trasladó a otras polémicas, las cuales han sido fundamentalmente dos. Una de ellas, la cual ocupó los dos primeros tercios del s. XX, fue la de cuál fue el origen del megalitismo –hoy satisfactoriamente resuelta- y la otra -secundaria en un primero momento pero que a partir de la resolución de la primera cobró fuerza y protagonismo- fue la de para qué sirvieron originalmente los megalitos.
3.1. La génesis del megalitismo
Dónde y cuándo se originó megalitismo europeo es una cuestión que se ha visto entremezclada en otras polémicas que juntas forman un debate historiográfico de primer nivel, el del desarrollo de las culturas prehistóricas europeas entre el orientalismo Ex Oriente Lux y el occidentalismo autoctonista. En un futuro espero dedicarle un post específico a esa cuestión, pero por el momento lo resumo en que se discute si las distintas transformaciones -técnicas, económicas, sociales, políticas e ideológicas- de la Europa prehistórica fueron consecuencia de la llegada de innovaciones procedentes de las altas culturas proximorientales o si, en cambio, derivan de desarrollos locales y endógenos. En el caso del megalitismo dichas posturas se sintetizaron en el occidentalismo que encabezaría el más famoso arqueólogo español de principios del s. XX, Pere Bosch-Gimpera, y en el orientalismo que lideraría Vere Gordon Childe.
En obras como Etnología de la Península Ibérica (1932) Bosch-Gimpera planteó que los dólmenes fueron la creación de una llamada cultura megalítica la cual, originaria del actual territorio portugués, se caracterizaría por la construcción de pequeñas tumbas de cámara simple. Ésta posteriormente se extendería por migración o aculturación por el resto tanto de la península Ibérica como de la Fachada Atlántica europea a la par que evolucionaría generando con el tiempo nuevos tipos de tumbas paulatinamente más complejos, primero mediante la adición de un pasillo que comunicara la cámara con el exterior –sepulcros de corredor- y posteriormente con interesantes sistemas de cubierta –sepulcros con cámara por aproximación de hiladas o tholoi. La réplica la tenemos, entre otros, en trabajos como The Prehistory of European Society (1958) en el que Childe planteó que los dólmenes europeos no serían sino las toscas representaciones locales de una religión megalítica que, originada en las altas culturas proximorientales, habría sido transmitida hacia occidente gracias a la acción de devotos misioneros.
Dicha disputa, dirimida en el imperfecto campo del evolucionismo tipológico y de la tipología comparada, no encontró pruebas definitivas que decantaran la balanza a un lado o a otro, hasta que la llegada de una nueva técnica, la de la datación radiocarbónica, certificó que los dólmenes de la fachada atlántica eran bastante más antiguos que sus pretendidos prototipos orientales. Una interesante lectura sobre los pormenores de esta técnica y su impacto en los debates habidos en la prehistoria europea se puede encontrar en un clásico, El Alba de la Civilización: La Revolución del radiocarbono y la Europa Prehistórica (1973) de Colin Renfrew.
3.2. La función del megalitismo
Una vez ya bien acotada la dimensión cronológica del periodo megalítico y superada la perspectiva tradicionalista de ver el megalitismo como la prueba material de la existencia de una única cultura prehistórica -asunto que también tuvo entretenidos no sólo a Bosch-Gimpera y a Childe sino también a otros arqueólogos del momento como Piggot u Obermaier- el foco pasó a tratar de comprender el megalitismo como fenómeno cultural. Así, el objetivo comenzó a ser el explicar por qué sucedió, por qué esos grupos de campesinos primitivos y sin apenas jerarquías políticas se dedicaron a levantar monumentos algunos de los cuales habrían movilizado a miles de personas. No voy a extenderme innecesariamente en este punto, dado que es un asunto todavía abierto el cual se ha ramificado de forma bastante compleja. Sólo quiero describir sucintamente las dos grandes hipótesis “fundamentales” a partir de las cuales se está trabajando, buscando su verificación o falsación o tratando de articular un posible encaje entre ellas, que son la materialista y la idealista.
El principio materialista ha pesado principalmente en la hipótesis de Colin Renfrew quien plantea que los monumentos megalíticos son grandes marcadores territoriales que una comunidad semi-nómada y sometida a un proceso de presión demográfica –ambas circunstancias presentes en toda la fachada atlántica durante la época megalítica- habría erigido para reclamar la propiedad de un territorio determinado. Por el otro lado las tesis idealistas las han manejado arqueólogos como Ian Hodder o Felipe Criado, quienes plantean que el fenómeno megalítico supone la primera antropización brutal del paisaje europeo y que es consecuencia de la transformación ideológica que supuso el paso de unas culturas epipaleolíticas cazadoras-recolectoras en más o menos simbiosis con la naturaleza a unas culturas neolíticas agro-ganaderas más agresivas con el medio.

Análisis de territorialidad teórica a partir de la distribución de megalitos (según Renfrew – Monuments, mobilization and social organization in neolithic Wessex)
4. El futuro de la arqueología del megalitismo
Naturalmente que todavía queda mucho por saber, pero también hay que reconocer que cada vez tenemos las ideas más claras y más y mejores técnicas con las que estudiar el registro. Por un lado el propio desarrollo de la arqueología mundial va ofreciendo nuevos casos de monumentalismo “primitivo” con los que comparar el megalitismo europeo. Esto, es mi impresión, está conduciendo a pasar de lo que quizás era obsesionarse demasiado con un solo caso de estudio y una problemática local –la Prehistoria europea- a tratar de integrar este fenómeno en un comportamiento cultural más amplio y universal, dado que se encuentra presente en culturas de todo el globo.
Al respecto de las técnicas hay que destacar los grandes avances habidos en distintos campos que se pueden aplicar a este particular. Entre ellos se cuentan la bioarqueología (análisis paleodemográficos, de dieta, de movilidad y de ADN de los difuntos enterrados: ¿Eran una élite o gente del común? ¿Peregrinos? ¿Eran tumbas familiares?), la arqueometría (análisis mineralógicos y compositivos de los ajuares: ¿Se enterraban con ricos objetos foráneos o con productos locales?), la arqueoastronomía (orientaciones astronómicas de corredores y otros elementos arquitectónicos: ¿Cuán de precisos eran sus calendarios? ¿Qué relación tenía esto con su sistema de creencias?), nuevas técnicas de datación (OSL, técnica que permite fechar el último momento en el que fueron iluminados determinados materiales constructivos: ¿Se construyeron los monumentos en un solo momento? ¿Obedecieron a sucesivas reformas?).
Gracias a todo esto comenzamos poco a poco a indagar en situaciones muy interesantes. Por ejemplo, sabemos que hay casos en los que los enterrados en los dólmenes eran una minoría seleccionada de la población, en los que hay migraciones a muy largas distancias, de hasta miles de kilómetros, en los que los difuntos portaban objetos de materias primas exóticas como turquesas, ámbar, azabache o jade, en los que los megalitos se reformaban e incuso se desmontaban y se volvían a montar en distintas formas o lugares, en los que en los megalitos se consumían drogas, etc. Y muchas otras más cosas. Todavía son casos particulares que no deben generalizarse, y falta mucho trabajo al respecto para integrar toda la información. Sin embargo, quizás sea yo que me gusta particularmente este tema, creo que lo que nos queda por ver puede resultar apasionante.
Febrero de 2017
Interesantísima entrada, has hablado de varios sitios que tengo relativamente cerca y que pienso visitar en cuanto me sea posible. En concreto me da rabia haber estado dos veces en Évora y enterarme ahora de que existe el Anta de Pavía.
Una cosa me ha llamado mucho la atención. Hablas de migraciones de miles de kilómetros. ¿Para qué una persona por entonces querría haber recorrido tales distancias? ¿Sabía a dónde iba? ¿Era una especie de peregrinación?
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Estimado Evocid.
En primer lugar gracias por tus amables comentarios y en segundo gracias por comentar. Una de las ideas que tengo es que estas entradas puedan llegar a convertirse en un pequeño foro de debate.
Sobre tu pregunta concreta, el caso al que me refería es el de un individuo que, a través del análisis de la proporción entre los distintos isótopos de O y Sr de sus dientes (formados en la infancia) y huesos (continuamente renovados), se sabe que no vivió en el mismo lugar en ambos momentos, y que probablemente pasara su infancia en Centroeuropa (aquí se describe -en inglés- http://www.wessexarch.co.uk/projects/amesbury/press/archer_feb_03_v1.html). El motivo subyacente a ese viaje es algo complicado de saber con certeza. Efectivamente se ha hablado de peregrinaciones (Stonehenge probablemente fuera un importance centro religioso y de agregación social) pero en todo caso hay que decir que en este momento (fines del III y comienzos del II milenios a.C.) se ha constatado una gran movilidad no sólo de personas sino también de objetos y ciertos motivos artísticos compartidos en toda Europa. En general se considera que hubo una élite ataviada con una estética guerrera y recargada de joyas (ahora es cuando nace la orfebrería) que trazó redes de solidaridad horizontal a lo largo de toda Europa.
También decirte que me has dado una idea, y es crear una sección donde especificar yacimientos concretos a visitar.
Saludos,
Rodrigo.
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