Metodología de la arqueología social (2): Los primeros estados y civilizaciones de la Prehistoria europea

El post del mes pasado trató sobre los fundamentos, la historia y las polémicas de la parte teórica de la arqueología social. Entre cuestiones como el condicionante historiográfico, el problema de la caja negra y las distintas tradiciones intelectuales implicadas, considero que la conclusión más importante del mismo debe ser que, por el momento, existen distintas formas de leer el registro arqueológico y que, por tanto, existen distintas reconstrucciones abstractas (teorías, relatos, etc.) que los arqueólogos hacemos sobre las sociedades que habrían generado ese registro. Concluí con la promesa de ilustrar algunas de estas distintas formas de hacer arqueología social con tres ejemplos prácticos.

Los tres ejemplos elegidos se refieren todos a culturas de la Prehistoria reciente europea: la Grecia prehistórica (culturas minoica y micénica), el sur de la Península Ibérica en la Edad del Bronce (cultura de El Argar) y el norte de Europa en el Neolítico Final (“culturas” megalíticas atlánticas). No significa esto que análisis de este tipo no se apliquen a culturas de otros marcos geográficos en distintos continentes o que estos análisis no sean interesantes ¡En absoluto! De hecho cada vez están realizándose más estudios comparativos que tratan de identificar los paralelismos y las diferencias habidas entre unos y otros casos de aparición de las desigualdades, las clases sociales, el estado y la civilización como, por ejemplo, la magna obra de Bruce Trigger, Understanding Early Civilizations (2003) . He elegido estos tres casos porque son los que me resultan más familiares y que, por tanto, espero me sirvan con más facilidad para explicaros este interesante tema.


1. La emergencia de la civilización como self-made enviroment, una perspectiva funcionalista

Tras los trabajos pioneros de Childe en los años 30 del s. XX no hubo una continuidad en cuanto a la arqueología social y hubo que esperar hasta la década de los 70 para que se retomaran los estudios enfocados a la organización de las sociedades de la Prehistoria del continente Europeo. Uno de los primeros en hacer esto fue el británico Colin Renfrew, quien abordó la cuestión de lo que él llamó la emergencia de la civilización –la aparición de culturas complejas, urbanas y estratificadas– y por qué esto sucedió.

En su famoso La Emergencia de la Civilización. Las Cícladas y el Egeo en el Tercer Milenio a.C. (1972), un clásico de la arqueología prehistórica del s. XX que es un denso volumen de casi 600 páginas, este arqueólogo trató de relatar (cómo sucedió) y explicar (por qué sucedió) este singular proceso histórico. A grandes rasgos, el libro contiene una exposición de su modelo de teoría de la organización y el cambio cultural, una detallada descripción de las culturas arqueológicas implicadas –Neolítico y Calcolítico griegos / Cultura Minoica / Cultura Micénica– y un ejercicio explicativo para responder a ese gran por qué, el por qué en determinado lugar y bajo circunstancias particulares una cultura de comunidades aldeanas, autosuficientes e igualitarias se transformó en una cultura urbana, integrada y estratificada.

Emergence of civilisation

The Emergence of Civilisation, una obra de peso

Los primeros capítulos sitúan esta obra sin ninguna duda en la tradición funcionalista. Esto es porque el autor expone que entiende que la cultura es una adaptación al medio y que, por tanto, toda institución, costumbre o forma relación social es en puridad una forma –la mejor en cada caso- de supervivencia. Así, plantea analizar la cultura como un sistema integrado por subsistemas –económico, social, ideológico- los cuales actúan uno sobre otro en pro del mantenimiento del equilibrio y la adaptación. Sólo cuando los cambios de un subsistema estimulan otro u otros a transformarse y éstos a su vez retroalimentan al primero, habría sido posible, argumenta, alcanzar un punto de take off –nótese la similitud de algunos de estos conceptos con los clásicos de autores como Rostow para explicar la Revolución Industrial– en el que el proceso hacia la emergencia de la civilización hubiera sido ya imparable.

Dejando claros estos presupuestos teóricos, Renfrew pasó a caracterizar los distintos subsistemas, atendiendo a distintas herramientas conceptuales como deducir la demografía a partir de la densidad y el tamaño de los yacimientos, el urbanismo a partir de la presencia de jerarquías de poblamiento aldeas-lugar central, la economía a partir de las evidencias de producción –semillas, pólenes– y formas de distribución –almacenamiento, organización del artesanado–, la sociedad a partir del desigual reparto de la riqueza –tumbas aristocráticas, bienes de prestigio, sellos de propiedad, fortificaciones– o la ideología a partir de los objetos simbólicos como figurillas o ajuares funerarios.

El modelo funcionalista en el que enraizaba el trabajo le sirvió para deducir que la diversificación agrícola de la Edad del Cobre –el paso de comunidades autosuficientes a, poco a poco, especializarse cada una, acorde con su nicho ambiental, en el cultivo de cereal, olivo y vid– habría hecho necesaria una clase gestora que controlara la redistribución e integración del sistema económico la cual, mediante la demanda de símbolos de estatus con los que exhibir y hacer más tragable su posición, habría estimulado la consolidación de otra nueva clase de artesanos a tiempo completo. De esta forma, los líderes gestores habrían generado a su alrededor los celebérrimos palacios como ése de Knossos que en el s. XIX descubriera Arthur Evans, núcleos de una específica cultura civilizada la cual integraría a todas las aldeas del territorio en un nuevo sistema equilibrado y funcional que permitiría al ser humano, por vez primera, dominar la naturaleza y, en palabras de Renfrew, procurarse un self-made enviroment para su uso y disfrute.

Knossos 6c37266e8a6c6ca60fd8a1630f046563

Infografía con la reconstrucción ideal del Palacio de Knossos

2. Los primeros estados como resultado de los primeros explotadores, una perspectiva marxista
Muy poco después del desarrollo de la arqueología social funcionalista, la cual tuvo su arraigo principalmente en Estados Unidos y Reino Unido, apareció una nueva tradición derivada de la teoría social marxista. Ésta apareció fundamentalmente en países iberoamericanos que en el s. XX habían sufrido dictaduras anticomunistas como Perú, Chile, España o Portugal. Naturalmente, los arqueólogos adscritos a ésta se mostraban en franco desacuerdo con las tesis funcionalista de que las clases dominantes fueran una necesidad sistémica para beneficio de toda la sociedad. Al contrario, veían en la aparición de la estratificación social el inicio de la histórica lucha de clases entre opresores y oprimidos.

El caso de estudio más recurrido por la arqueología marxista en la Prehistoria europea ha sido el de la cultura de El Argar, la cual ocupa La Edad del Bronce Pleno (segundo milenio a.C.) en el Sureste de la Península Ibérica. Desde finales del s. XIX, gracias a los hermanos Siret, se conocen los yacimientos argáricos, poblados poderosamente fortificados enclavados en lo alto de cerros y conformados por viviendas en mampostería organizadas en torno a calles concéntricas. Más recientemente se han documentado incluso edificaciones públicas como cisternas o proto-palacios. Una peculiaridad de esta cultura era que enterraban a sus muertos bajo el suelo de su vivienda familiar, y cabe destacar que algunos de ellos portaban ricos ajuares compuestos por espadas y alabardas de bronce y adornos de oro y plata.

Penalosa Figura-2-Ubicacion-de-las-sepulturas-en-el-interior-del-poblado-de-Penalosa

Planta de parte del poblado argárico de Peñalosa, con la representación de las distintas tumbas y los lugares donde éstas se encontraban

Más de un siglo de excavaciones en yacimientos argáricos han transcurrido desde entonces –si bien la mayor parte de ellas ha tenido lugar en los últimos treinta años– y puede decirse que las campañas de Peñalosa (Baños de la Encina, Jaén), La Bastida (Totana, Murcia) o La Almoloya (Mula, Murcia), entre otras, han sido uno de los campos de la arqueología española donde más y más pronto se han aplicado nuevas técnicas de la arqueometría –análisis físico-químicos de materiales–, la bioarqueología –estudio de patologías, análisis de composición de huesos, etc.– o los análisis paleoeconómicos –análisis de pólenes, semillas, etc. Gracias a ello, hoy no sólo sabemos cómo eran sus viviendas y, en función de los ajures fuenerarios, quiénes eran ricos y pobres, sino también qué comían, qué salud tenían y cómo morían.

Pero estos datos empíricos no hablan por sí solos. A la hora de explicar el proceso histórico que condujo a la aparición de esta sociedad existen ciertas discrepancias. Por ejemplo, el norteamericano Antonio Gilman considera que la construcción de una costosa infraestructura agrícola –canales de irrigación- supuso la creación de un capital antes inexistente que habría exigido de protección. Así, el reclutamiento de una tropa armada con carácter profesional –esto es especializada y a tiempo completo– había devenido en la toma del poder por la misma y la instauración de una aristocracia guerrera en la que esta clase, monopolizadora de la violencia, habría sometido a sus congéneres y exhibido su estatus en la muerte mediante símbolos tales como las espadas argáricas de bronce y otro tipo de armas.

Espada argárica

«Espada argárica de Guadalajara» con empuñadura de oro. Expuesta en el Museo Arqueológico Nacional

Por otro lado, el equipo del arqueólogo de la AUB Vicente Lull plantea que el paulatino desarrollo de la metalurgia del bronce habría conducido a la articulación de distintos centros especializados, unos en la minería y otros en la manufactura, lo cual –al igual que como planteó Renfrew para el caso Egeo– habría exigido que determinadas personas se erigieran sobre la comunidad para organizar el sistema. Esta posición privilegiada habría permitido a los en un primer momento gestores tomar efectivamente el poder, reclutar una fuerza armada para imponer su voluntad y, así, dirigir la política en pro de su beneficio particular y en detrimento del de la mayor parte de la población.

Pese a que en estos dos casos (Gilman y Lull) se planteen modelos diferentes lo cierto es que ambos coinciden en que en determinado momento del desarrollo de la cultura argárica un grupo minoritario tomó el poder y sometió a sus congéneres a una brutal explotación económica. La aplicación de esa herramienta conceptual planteada por Binford que entendía que la expresión del difunto representaría con bastante fidelidad la posición de esa persona en vida, lleva a pensar que en El Argar dicha clase dirigente se enterraría con un set conformado por alabarda, espada y diademas de oro para los hombres y distintos adornos de plata para las mujeres, y que supondría un 10% de la población. El resto de personas serían enterrados con algún puñal, punzones, cerámicas o, directamente, sin nada. Asimismo, los análisis bioarqueológicos han demostrado que ambas clases gozaban de distintas condiciones de vida y que, con el paso del tiempo, se fueron agudizando distintas patologías entre la clase oprimida como malnutrición y anemia, así como un notable aumento de la mortalidad infantil.

Clases sociales Argar

Representación de la proporción de población según su clase social en la cultura de El Argar, según el equipo de la AUB

Por tanto, la emergencia de la civilización en la Europa Occidental –y es la cultura del Argar el candidato a más antigua civilización del Occidente europeo– no sería, según estos investigadores, un relato glorioso en el que el hombre se impone a la naturaleza, tal y como planteó el funcionalista Renfrew. Por el contrario, la aparición de la civilización habría sido el proceso por el que por vez primera se constituyó y afianzó la explotación del hombre por el hombre.

3. La sociedad como cancha de lucha por el poder simbólico, una perspectiva posmodernista

Como reacción al materialismo tanto del funcionalismo como del marxismo a mediados de los años 80 del s. XX surgió en Reino Unido una nueva escuela muy influenciada por el posmodernismo, la llamada Arqueología Posprocesual. Fundamentalmente criticaban la tendencia de los arqueólogos a emplear unos criterios originalmente desarrollados para el estudio de sociedades modernas a esas culturas preestatales que presuntamente tendrían unas formas de entender el mundo, la economía y la sociedad radicalmente opuestas a las del Occidente contemporáneo. Ya se han explicado las críticas de los posprocesualistas a las herramientas conceptuales “clásicas” para transformar el registro funerario en una reconstrucción de la sociedad pretérita, ahora se va a exponer un caso de estudio en el que estos criterios se han aplicado, el Neolítico del norte de Europa.

Tradicionalmente el Neolítico de la Europa septentrional se venido entendiendo como una sociedad en la que una miríada de pequeñas comunidades autosuficientes habrían vivido de forma igualitaria, erigiendo monumentos como los famosos dólmenes, que acogían enterramientos colectivos, como forma de representar su concepción de la sociedad: osarios mezclados como símbolo de grupo solidario, unido e indiviso. Así, más o menos, opinan los anteriormente citados Renfrew o Lull. Pero los arqueólogos vinculados a la tradición posmodernista, tales como Christopher Tilley, Richard Bradley o Michael Shanks, consideran esa visión errónea. Mediante lo identificado en distintos estudios etnográficos plantean que en toda sociedad, por pequeña que sea, no pueden dejar de existir diferencias “naturales” –sexo y edad– que, junto con otras muchas, se expresan en el campo social y que suponen un conflicto perpetuo e inevitable. Toda sociedad sería un campo de batalla velado entre los distintos grupos que, empleando recursos simbólicos, pugnarían unos contra por dominar y resistir el ser dominados.

Hacha-jade-Canterbury Neolítica

Hacha neolítica de jade de origen alpino recuperada en Canterbury, Inglaterra.

Así, pese a que los grupos neolíticos vivirían en pequeñas aldeas autosuficientes, estos arqueólogos entienden que evidencias como la presencia de artefactos elaborados sobre materias primas raras o exóticas y el colosal esfuerzo destinado a algunos de los monumentos megalíticos serían expresiones de ese conflicto. Un famoso artículo de Shanks y Tilley relata lo siguiente: El estudio paleoantropológico de los restos humanos enterrados en varios sepulcros colectivos de la fachada atlántica como Fusell’s Lodge, Luckington, Lanhill, Ramshög o Carlshögen reveló que los osarios no eran una mezcla caótica sino solo aparentemente. Por el contrario, existía un orden en función de las categorías que representaban las distintas partes del cuerpo (cráneos / costillas / vértebras / extremidades / manos / pies) las cuales se distribuían unas por un lado y otras por el otro, incluso documentándose casos de la utilización de algunos de los huesos de dos individuos para, una vez recolocados, integrar en conexión una sola simulada persona. Por otro lado, según parece los huesos de los adolescentes se encontraban segregados de los del resto de la comunidad.

Fussells Lodge merge (reconstrucción y figura Shanks y Tilley)

Sepulcro colectivo neolítico de Fussell’s Lodge. Izqda. representación, drcha. distribución de huesos humanos según su categoría

¿Cómo se interpreta, pues, esto? Estos investigadores plantean que la reorganización de los osarios no habría sido sino un intento, por parte de una élite emergente –una élite que, plantean, habría fundado su poder en la posesión de conocimiento ritual restringido y en el monopolio de la distribución de esos artefactos raros y exóticos– de manipular el poderoso mensaje ideológico que supondría la tumba colectiva. Mientras que en vida habría diferencias entre la élite y el común, en la muerte se manipularía el ritual funerario para, demagógicamente, exhibir una falsa imagen de unidad y cohesión. De esta forma las tradicionalmente casi utópicas sociedades igualitaristas neolíticas deberían verse, entienden, como otra sociedad mundana más donde dominio, poder y jerarquías, si bien de forma más velada, estuvieron siempre presentes.


4. El futuro de la arqueología social

Hasta la fecha uno de los mayores problemas de la arqueología social ha sido la de la dificultad de traducir el registro arqueológico a una imagen que realmente entendamos todos como representativa de las sociedades prehistóricas. Los datos eran muy pocos, los prejuicios y sesgos muchos y en casi todos los casos había que ejercer un poderoso acto de fe para creer en que tu lectura era la correcta. Así, como se ha tratado de reflejar en los anteriores epígrafes, las lecturas variaban mucho –casi son las tres contradictorias entre sí– en función de la tradición y los postulados teóricos del arqueólogo en cuestión.

Ahora, con el paso del tiempo y la experiencia entre interpretación teórica y estudio físico de materiales, cada vez hay más formas de extraer una más y más variada información objetiva de los restos arqueológicos. Ya no tenemos que suponer que las clases subalternas de sociedades estratificadas vivían bien o mal sino que sabemos , en función de las patologías identificadas a través del estudio de sus huesos, de la calidad de su dieta identificada a través de la aplicación de análisis de isótopos de 13C y 15N y de otros aspectos de la esfera económica –agricultura, producción artesana, trabajo invertido en obras públicas etc.– cómo vivían (y sufrían) unos y otros. No obstante son pocos los casos de estudio como los aquí mostrados, y queda todavía una gran parte de vacío por excavar, investigar e interpretar.

Poco a poco vamos coloreando los cómos –la descripción más o menos literal, cronística, del desarrollo histórico– pero todavía nos queda mucho que avanzar en los porqués –qué circunstancias son necesarias para que una sociedad estratificada surja a partir de un conjunto de grupos igualitarios–, los cuales seguirán todavía siendo objeto de escrutinio. Sin embargo, a más y más información que vayamos poco a poco reuniendo, más nos acercamos al día en el que, ojalá, podamos responder a esa pregunta.

Mayo de 2017

Licencia CC BY-NC-SA

Esta entrada fue publicada en Sin categoría. Guarda el enlace permanente.

2 respuestas a Metodología de la arqueología social (2): Los primeros estados y civilizaciones de la Prehistoria europea

  1. Pingback: Arqueología, medioambiente y cambios climáticos | Las gafas de Childe

  2. Pingback: Metodología de la arqueología social (1). Reconstruir una sociedad extinta a partir del registro arqueológico | Las gafas de Childe

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s