Este mes de mayo tuve la suerte de que el Museo de Palencia me invitara a exponer la denominada “pieza del mes”, una breve explicación sobre la relevancia arqueológica de un objeto custodiado en el museo. En concreto mi charla versó sobre el hacha pulimentada neolítica de jade alpino de Paredes de Nava, objeto que por su tamaño, manufactura, materia prima, etc. es considerado como elemento de prestigio. Se entiende como elemento de prestigio todo aquel artefacto arqueológico que, más que una actividad estrictamente funcional, habría servido no obstante como símbolo del estatus y el prestigio de su portador, lo que para los arqueólogos es todo un indicador de la existencia de rangos y jerarquías políticas en las comunidades prehistóricas.
En su famoso artículo de 1962 Archaeology as Anthropology el arqueólogo norteamericano Lewis Binford planteó clasificar los objetos arqueológicos como i) tecnómicos, ii) sociotécnicos y iii) ideotécnicos. Los primeros serían aquellos empleados fundamentalmente para “tratar directamente con el medio físico”, los segundos se emplearían como “medio extra-somático para articular unos individuos con otros” y los terceros para “simbolizar las racionalizaciones ideológicas del sistema social”. Una conceptualización bastante útil, y más viendo cómo se ha desarrollado la historia de la disciplina –como ya se explicó en esta entrada– de arqueología económica a arqueología social y de ésta a arqueología simbólica: aunque nunca debe perderse la perspectiva amplia, es útil parcelar el objeto de estudio para poder así abarcar un análisis específico y riguroso.