Si habéis llegado aquí con la esperanza de encontrar historias sobre la excavación de monolitos negros en la Luna lo lamento pero esto no va de intrépidos arqueólogos buscando artefactos en otros astros y planetas. Ese terreno se lo dejamos a la ficción –no obstante si os gusta el género no os perdáis Las Máquinas de Dios. Aquí voy a hablar de arqueología espacial no entendiendo el espacio en su acepción de exterior o sideral sino en su acepción de dimensión: largo, ancho y alto.
La arqueología espacial estudia la relación entre la cultura material arqueológica y su distribución entre sí –distancia y orientación entre artefactos, yacimientos, etc.– y al respecto de otros elementos del territorio –recursos como agua, tierras aptas para el cultivo, materias primas, etc. Puede parecer a primera vista una cuestión bastante lógica: Así como la geografía humana estudia densidades de población o relación entre urbes y sus hinterland, la arqueología también hace lo propio. Pero una vía de investigación que a priori parece tan simple como en este párrafo se ha expuesto en realidad implica una gran complejidad. De nuevo los arqueólogos llevamos décadas peleados por darle forma a eso que se ha llamado caja negra pero en este caso aplicada a la variable espacial, es decir: de qué forma debemos traducir los datos sobre artefactos y sus vínculos espaciales en forma de que sean leídos como acciones y fenómenos culturales.

A la izquierda, representación de los yacimientos prehistóricos de la Meseta Norte Española con adornos de minerales verdes. A la derecha, gráficas que relacionan la cantidad relativa de adornos de determinado material con la distancia a la fuente de ese material